“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos”. El mítico comienzo de novela de Charles Dickens pareciera describir este convulso momento en que transitamos del 2019 al 2020 con grandes conflictos por resolver y renovadas esperanzas para enfrentarlos. Quizás el más grande de esos temas sea la crisis climática. El año nuevo nos recibió con devastadoras imágenes de los incendios en Australia como si quisiera recordarnos que el momento de renovar nuestros modos de consumo y producción ya no puede ser postergado. El cambio climático es el reto más grande que nos enfrentamos, sobre todo como actores de la industria de la construcción.
Pero no todo es oscuridad, como pareciera a veces en periódicos y redes sociales. El 2019 tuvo como protagonista a Greta Thunberg, recién reconocida por la revista Times como la persona del año. Las palabras de la joven activista, sujeto catalizador y refractante del discurso de una nueva generación, retumbaron en todo el globo y dejaron en claro que los centennials ya no sólo están indignados sino francamente enojados con la falta de responsabilidad de los poderosos ante el cambio climático. Ellos ya no hablan de una alternativa moral, exigen a gritos que se atienda y se revierta el cambio climático.
Mientras tanto, en México, como si se tratara del otro lado del espejo, sufrimos considerables retrocesos. A principios del año pasado, The Guardian publicó un reportaje donde enumeraba las empresas que habían causado mayor daño al medio ambiente y Pemex apareció en el puesto número nueve. La noticia vino de la mano de otras cuestionables medidas adoptadas por el recién instaurado Gobierno Federal: puestos trascendentales fueron otorgados a personas sin las competencias necesarias, se restó énfasis y apoyo a las energías renovables, se anunció la construcción de una refinería, y se bajó la inversión en infraestructura pública, incluyendo el aeropuerto de Texcoco, que iba a ser de los edificios más eficientes del país. Suspenderlo nos encaminó a una recesión en la construcción de la cual saldremos lentamente.
Ciudades ejemplares y centros comerciales regenerativos
Ante este panorama, corresponde a nosotros los particulares asumir propositivamente la responsabilidad, consumir menos energía y hacer edificios más eficientes. Según la ONU, estos pueden ser una vía óptima para revertir el cambio climático, pues hablamos de las construcciones que más energía consumen en el mundo. Procurarlos provoca que se disminuyan las emisiones de gases de efecto invernadero. Re-pensarlos puede ser mucho mejor alternativa que la creación de plantas nucleares, amenaza latente en México, país presto a terremotos y a la falta de transparencia.
Un caso al que tenemos mucho que aprenderle es el de la ciudad de Austin, Texas. Desde los años ochenta luchan en contra de la construcción de una planta nuclear y hasta la fecha siguen ganando la batalla. Para evitarla desarrollaron sistemáticamente edificios más sustentables, de modo que no se requiere esa demanda adicional que justifique esas riesgosas medidas nucleares. Es un buen ejemplo que nos podemos poner porque en México la mayor parte de la energía que producimos se obtiene quemando petróleo, una fuente no renovable con altísimo impacto para el cambio climático.
Las ventajas de los edificios eficientes son múltiples y aplican a distintos tipos de espacios. En el caso de oficinas, al mejorar salud, mejoras la productividad y obtienes un retorno de inversión casi inmediato. En materia de viviendas se piensa en diseños que consigan ahorros de energía y generen espacios saludables sin incrementar el costo.
Dicho esto, los espacios que podrían resultar más provechosos son los centros comerciales, uno de los ámbitos de especialización de Ares Arquitectos. La gran oportunidad radica en que tienen vocación peatonal y sobre todo porque suelen ser edificios de amplitud horizontal, con mucha superficie de techo, una rareza en zonas de la ciudad tendientes a la verticalidad. Esto posibilita que sean edificios regenerativos, es decir, que susciten más energía de la que consumen e incluso tengan la oportunidad de captar agua de lluvia, limpiarla y exportarla, de modo que podrían ser instrumentales en la infraestructura urbana.
Hacia otra era del capitalismo: certificar un futuro sustentable
Las refracciones del discurso ecológico también han impregnado el comportamiento del mercado. Los nuevos consumidores reconocen que los centros comerciales cuya primer ley de sostenibilidad es el retorno de inversión y por lo tanto, a la par de actuales reformulaciones de este orden económico y social, ya no sólo procuran el intercambio de bienes y servicios sino que ahora buscan propósito en sus consumos. Se trata de una extraña oportunidad en la que todos podrían ganar: clientes y desarrolladores, la comunidad y el planeta también.
La problemática de la sustentabilidad en la construcción es compleja para sus distintos protagonistas. Lo que favorece al medio ambiente no suele a convenir a la cartera de los inversionistas privados. El Gobierno, por su parte, todavía incentiva y subsidia el desperdicio y el daño ambiental.
Por eso, una de las medidas urgentes consiste en renovar políticas que son un lastre y le restan competitividad a proyectos sustentables. Una de las vías más eficientes la encontramos en el ámbito de las certificaciones. En países más desarrollados que el nuestro, los criterios y parámetros bajo los cuales operan son congruentes con la normativa vigente. Si el mercado debiera ofrecer productos que transparenten su impacto, los edificios debieran hacer lo propio.
Cabe destacar dos certificaciones que nos encaminan a ello basadas en calidad y honestidad, prestigio y buena fe, controles estrictos y demostraciones. LEED establece un marco de referencia preciso para identificar e implementar soluciones prácticas y medibles en el diseño, construcción, operación y mantenimiento de edificios verdes. EDGE, con el respaldo del Banco Mundial y con su propio software, se ha extendido en más de 120 países. Ambos piensan en materiales y sitios, ambientes e innovación.
El criterio principal gira en torno al bienestar de los usuarios y para ello se procura salud térmica, es decir, espacios con acceso a luz, contacto con la naturaleza, ventilación y que estén libres de químicos dañinos. Por otro lado, en términos ambientales, se busca eliminar combustibles fósiles, poner calentadores solares y reducir las emisiones de efecto invernadero. Incluso el aspecto financiero entra en juego, pues es importante que los edificios verdes se mantengan sanos para que puedan ser comercializados.
Conforme nos adentramos otra vez en la década los veintes, el gran cambio y la gran oportunidad se encuentran en las nuevas exigencia del mercado. Hoy en día el 80% de los compradores le dan preferencia a productos o servicios que tengan algún grado de responsabilidad ecológica o social. El agitado cierre del 2019 lo dejó en claro: ya no se trata de un mínimo indispensable sino de obligaciones concretas que también conciernen la deuda social con la desigualdad latinoamericana. Los edificios sustentables pueden ser parte de la solución.
El objetivo para el sector de la construcción es hacer del capitalismo una fuerza que transforme a la sociedad para bien. El mundo no es así. Está diseñado así. Todavía tenemos la posibilidad de cambiarlo.
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